En días pasados mi buen amigo, escritor y poeta Nesfran
González, conociendo mi atracción por la escritura del escritor venezolano Héctor
Torres, me envió en son de préstamo su novela La huella del bisonte. La cual
por cierto no me había fijado era finalista del Premio de Novela Adriano
González León 2006, mención que merece, y me obliga a pensar que la ganadora
debe ser una cosa bárbara para haber superado esta. En el envío que me hizo
Nesfran venia también el libro de Murakami 1Q84 libro1 y 2, pero Héctor superó
el gusto y decliné por penetrar sus
páginas y comenzar a leer con voracidad semejante obra.
La novela está dividida en tres partes, comenzando con
Karlita, o Karla como realmente la llamó el autor, pero yo prefiero decirle
Karlita, así, si es en un susurro cerca de su oído pues mucho mejor, Karlita llevará
la batuta a lo largo de toda la novela, explorándose desde ella misma, hasta el
poder que emanan sus ojos para los del sexo opuesto. Algo que me impresionó de
La huella del bisonte es que no es la típica novela erótica, es más bien una
novela de amor desinhibida que aborda tabúes arraigados en nuestra cultura,
pero sin caer en marcos moralistas o sociales. Me atrajo el modo como Héctor
desnudó la feminidad sin morbo, con la curiosidad de una preadolescente que
sale de la pubertad y sus hormonas la controlan. La novela a pesar de parecer predecible tiene
matices inesperados, juegos, un “no creo que vaya a pasar” te mantiene allí,
aferrado al filo de la hoja.
La segunda parte se titula y la comprende: Mario, padre de
Gabriela, la mejor amiga de Karlita, del
ojo de Mario veremos cómo aflora – aunque de un modo más taimado – esa pasión con
la que Héctor demuestra su sentimiento hacia la voraginosa Caracas, tanto en
sus crónicas que es el fuerte actual del autor, como de lo que vemos en esta
novela, Caracas, ciudad bendita pero
llena de recovecos que dan miedo y atracción, la pasión de Héctor por la ciudad
es como una relación amorosa con ese tipo de mujeres que no dejan nada bueno
pero que son imposibles de abandonar. Mario, un cuarentón escritor de guiones
para televisión que será en parte nuestro reflejo masculino, seremos su cómplice
y de cuando en cuando nos provocara gritarle “¡Hazlo!” pero la idea de hacerlo
será romper un vaso contra la pared y el cierre de eso que nos mantiene allí,
ajados pero atentos.
La tercera parte la comprende Gabriela, en esta parte veremos desde distintos ángulos
la psiquis de la novela, y creo es una de mis preferidas, aunque toda fue un
disfrute. Aquí, vemos el degrado de los personajes, que comienzan llenos de
luz, libidinosos pero ya aquí una estela gris va tejiéndose en las nubes, como
un cielo caraqueño encapotado de nubarrones negros a punto de reventar, para
llevarnos a un cierre magistral, donde cada personaje quedó donde debía quedar, aunque no es lo que debió ser. La vida pasa
factura de cada acción.
La huella del bisonte
es una novela actual, cada personaje es alguien que hemos conocido, desde las jóvenes
a las maduras, la que no le aguanta un esposo, la que se siente sola y su casa
es un peaje de amores que tarde o temprano se van, el hombre solitario, hasta personajessecundarios
como Miguel, el cantinero. La ciudad se siente, se huele y se disfruta, desde
la Baralt con tantos años de historia pero la misma violencia, o la Lecuna,
llena de una tristeza en sus fachadas de pensiones baratas y borrachos. Su
historia es seductora, una narrativa erótica pero donde la ficción poco se da
cabida. El modo cómo se acercó a la psiquis femenina es magistral, a su vez el
filosofar propio de quien conoce y persigue la escritura de Héctor se disfruta,
se identifica y se comparte.
Ya conocía el estilo narrativo erótico de Héctor con una de
las historias de uno de sus libros o fue de El amor en tres platos o fue en el
Regalo de Pandora (el autor que me disculpe, me leí los dos a la vez y es
normal la confusión) donde un personaje conoce a una joven anónima en una
camionetica y de un hecho a otro terminó en su casa. Pero con La huella del
bisonte demostró que es un terreno donde se siente cómodo y abordó con soltura.
Ahora me dejo caer en el dulce sopor de la ausencia en esta
ciudad donde la soledad no es sensible y me escurro, una vez más por las
páginas del bisonte, a ver cuántas huellas más quedan grabadas en mi piel.
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